Prólogo
Abro mis ojos… Y te veo. Redescubro la inmensidad, geografías secretas, latitudes de incógnita belleza, magnas periferias en minúsculos espacios, tórridos paisajes que producen doble experiencia, doble vivencia y doble sentimiento, con idéntica belleza, como los atardeceres y amaneceres con dos "soles", y no se trata de ciencia-ficción… Deslumbran… Y yo me embeleso absorto, observando un Doble Atardecer.
Abro las páginas de tu rostro en las universales letras. De tu contemplación, emerge la palabra que se expande, la palabra pura, círculos que matizan los sonidos, resonantes, ecos que rugen y palpitan en las desembocaduras, artificios de pupilas, cejas, iris amalgamados a la tesitura de un Doble Atardecer, de las caricias, de la ternura incorregible y arrebatadora.
Me acerco… Y leo tus ojos. Libros que vocalizan, que nombran los temblores, que acuerpan la dulzura y la extienden en ligeras redes hasta acosar los mares, hasta posarse en el vértigo mismo de la tierra para sembrarla de vocales, para andarla con la curvatura de diptongos, en las esdrújulas habitadas por quimeras, en los adjetivos onomásticos que cantan, que embellecen con su trino y copla el crisma de tu aroma.
¡He leído tus ojos! Capítulos de bronce, abrazos, resolana… ¡He leído tus ojos! Como la tarde o como un bosque, como la tinta que derrama la pluma entre los dedos, como la uva que sacrifica su figura y luego embriaga y acoge y dulcifica.
Volteo las páginas, las devoro, engullo sus tildes y montañas, escarbo sus comas con las uñas, interrogo a sus interrogantes y admiro, como un perro que mira a la luna en la ventana…Y observo el Doble Atardecer
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